Oye mi ruego Tú, Dios que no existes,y en tu nada recoge estas mis quejas,Tú que a los pobres hombres nunca dejassin consuelo de engaño. No resistesa nuestro ruego y nuestro anhelo vistes.Cuando Tú de mi mente más te alejas,más recuerdo las plácidas consejascon que mi ama endulzóme noches tristes.¡Qué grande eres, mi Dios! Eres tan grandeque no eres sino Idea; es muy angostala realidad por mucho que se expandepara abarcarte. Sufro yo a tu costa,Dios no existente, pues si Tú existierasexistiría yo también de veras.
(Miguel de Unamuno)
Ha habido sinceros buscadores de verdad que sin tener fe se han dirigido a Dios pidiéndola con constancia, más o menos en términos semejantes a estos:
"Dios, si existes, dame la fe"
Otro ateo rezaba:
"Dios, si existes, no dejes que muera sin conocerte"
"Busqué al Señor, y Él me respondió, y me libró de todos mis temores" (Sal 34,4)
"En mi angustia clamé al SEÑOR, y Él me respondió" (Sal 120, 1)
"Me buscaréis y me encontraréis. Si me buscáis de todo corazón" (Jer 29, 13)
"Pedid y se os dará" (Mt 7,7) (Lc 11, 9)
"No me buscarías si no me hubieras ya encontrado"
"Pero búscame más" (Jesús a Pascal en oración)
En ese caso al llegar a la eternidad el hombre que oró aún sin fe estará feliz de haber tomado la decisión adecuada; la de estar abierto a Dios aunque no le veía.
Sin embargo, para el hombre que durante la vida se cerró a Dios, le dio la espalda o le combatió y persiguió a los creyentes, cuando se encuentre en la eternidad frente al juicio final, puede ser para él muy penoso contemplar su vida a la luz de la Verdad.
Si Dios no existiese y por tanto tampoco la vida del más allá, supuesto hipotético solo para completar el argumento, tanto el creyente como el ateo estarían tras sus respectivas muertes en igualdad de condiciones.
Pero incluso en este supuesto la vida terrena de ambos no habría sido igual puesto que los estudios sociológicos muestran que los creyentes viven más sanos y felices que los ateos.
En cualquier caso, los cristianos amamos a Dios y al prójimo porque Él es amor y nos llena de su Espíritu Santo.
Rostro de Cristo en el Santo Sudario |
No me mueve, mi Dios, para quererteel cielo que me tienes prometido,ni me mueve el infierno tan temidopara dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verteclavado en una cruz y escarnecido,muéveme ver tu cuerpo tan herido,muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,que aunque no hubiera cielo, yo te amara,y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,pues aunque lo que espero no esperara,lo mismo que te quiero te quisiera.
(San Juan de Ávila)
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