domingo, 8 de mayo de 2016

Oración del ateo

Oye mi ruego Tú, Dios que no existes,
y en tu nada recoge estas mis quejas,
Tú que a los pobres hombres nunca dejas
sin consuelo de engaño. No resistes

a nuestro ruego y nuestro anhelo vistes.
Cuando Tú de mi mente más te alejas,
más recuerdo las plácidas consejas
con que mi ama endulzóme noches tristes.

¡Qué grande eres, mi Dios! Eres tan grande
que no eres sino Idea; es muy angosta
la realidad por mucho que se expande

para abarcarte. Sufro yo a tu costa,
Dios no existente, pues si Tú existieras
existiría yo también de veras.
(Miguel de Unamuno)

Ha habido sinceros buscadores de verdad que sin tener fe se han dirigido a Dios pidiéndola con constancia, más o menos en términos semejantes a estos:
"Dios, si existes, dame la fe"
Otro ateo rezaba:

"Dios, si existes, no dejes que muera sin conocerte"

 

Si Dios no existiese, no habría ningún problema en haber hecho esta oración. Pero si sí existe, es seguro que Él escuche y que atienda la petición.
"Busqué al Señor, y Él me respondió, y me libró de todos mis temores" (Sal 34,4)
"En mi angustia clamé al SEÑOR, y Él me respondió" (Sal 120, 1) 
"Me buscaréis y me encontraréis. Si me buscáis de todo corazón" (Jer 29, 13)
"Pedid y se os dará" (Mt 7,7) (Lc 11, 9)
"No me buscarías si no me hubieras ya encontrado"
"Pero búscame más" (Jesús a Pascal en oración)

En ese caso al llegar a la eternidad el hombre que oró aún sin fe estará feliz de haber tomado la decisión adecuada; la de estar abierto a Dios aunque no le veía.

Sin embargo, para el hombre que durante la vida se cerró a Dios, le dio la espalda o le combatió y persiguió a los creyentes, cuando se encuentre en la eternidad frente al juicio final, puede ser para él muy penoso contemplar su vida a la luz de la Verdad.

Si Dios no existiese y por tanto tampoco la vida del más allá, supuesto hipotético solo para completar el argumento, tanto el creyente como el ateo estarían tras sus respectivas muertes en igualdad de condiciones.

Pero incluso en este supuesto la vida terrena de ambos no habría sido igual puesto que los estudios sociológicos muestran que los creyentes viven más sanos y felices que los ateos.
En cualquier caso, los cristianos amamos a Dios y al prójimo porque Él es amor y nos llena de su Espíritu Santo.

Rostro de Cristo en el Santo Sudario


No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte. 
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera. 
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
(San Juan de Ávila)


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